"Pensé en lo hermoso que es amar la compañía de la gente,
admirar las cosas y animales de la naturaleza,
verse a uno mismo en el paisaje"
Carlos J. Gradín.
Recuerdos del Río Pinturas, 1999.
La Cueva de Las Manos, se ubica en el cañadón del Río Pinturas en el Noroeste de la provincia de Santa Cruz, en el Macizo del Deseado.
Al sitio se accede desde Bajo Caracoles, transitando 40 kms.
por una ruta provincial de ripio en regular estado.
El efecto erosivo de las aguas provenientes
del deshielo de los glaciares pleistocenos de los lagos Posadas
y Pueyrredón, junto con el ensanchamiento lateral
debido a deslizamientos, caídas y desprendimientos de rocas y suelo en ambas márgenes del río, generó un paisaje espectacular.
El resultado final de todo este proceso es el cañón
con paredones de unos 200 metros
de altura por sobre el curso del río.
En la Cuenca del Río Pinturas se localizan varios sitios
arqueológicos sobre ambas márgenes, éstos son la evidencia
de una ocupación integral del área
por parte de los cazadores recolectores a lo largo de 9000 años.
Si bien a fines del Siglo XIX, varios exploradores buscaron
la cueva de las pinturas rupestres, el primero en verlas y
fotografiarlas fue el cura Alberto de Agostini,
quién en 1950 publicó fotos de las pinturas en su libro "Los Andes".
En 1964, el arqueólogo Carlos J. Gradín inicia las
exploraciones en el área de Cueva de Las Manos.
En 1973, con el auspicio del CONICET, comienzan sus investigaciones científicas que dan el sustento científico
para el conocimiento de este sitio arqueológico.
Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La Cueva de las Manos se encuentra
en el área del Alto Río Pinturas.
Incluye los aleros, farallones y la cueva con
presencia de pinturas rupestres.
Los sectores con pinturas más destacados se ubican
sobre la margen derecha aproximadamente
a 88 metros sobre el nivel del río,
cubriendo un frente de más de 600 metros.
Representan diferentes escenas de caza,
negativos de mano, motivos de animales y figuras abstractas.
El arte rupestre es uno de los vestigios arqueológicos
más importantes y valiosos, no solo brinda información sobre
las actividades humanas de esas sociedades pasadas,
sino sobre su forma de ver el mundo a
través de las expresiones artísticas.
En Cueva de las Manos las pinturas se realizaban con pigmentos
minerales que obtenían raspando la formación que los contenía.
Usaban diferentes tonalidades como el ocre-amarillo, verde,
y distintos tonos de rojo, intenso, violáceo y anaranjado,
que molían con molinos planos de piedra.
Para el color negro se utilizó el óxido de manganeso.
El pigmento era mezclado con un fluido aglutinante o
alguna solución para darle una consistencia que
permitiera su aplicación y obtenían pinturas acuosas
como las rojas, y otras más pastosas como las blancas.
Mediante el análisis de los pigmentos con Rayos X,
se observó la presencia de yeso que hacía que
el pigmento tuviera mayor adherencia
al soporte natural de la roca.
Eligieron el soporte rocoso y aprovecharon sus
texturas o grietas para recrear el paisaje.
Buscaban un lugar con buena iluminación natural,
acceso y reparo para encuadrar su obra aprovechando
los rasgos del soporte, con sus fisuras o sectores en relieve.
En el sitio Cueva de Manos existen variedad de escenas y motivos .
Los negativos de manos son una de las características
más destacadas del arte.
En su mayoría se trata de negativos de manos izquierdas
de ambos sexos, las hay de adultos,
jóvenes y también de niños pequeños.
Para pintar usaban pequeños hisopos que en su extremo
tenían fibras vegetales, pelos de animales con grasa
o directamente pelos de guanaco.
Estos hisopos los usaban a modo de pinceles que les permitían
realizar trazos lineales, al igual que con los dedos.
También usaban la boca y un corto tubito
como un rociador o aerógrafo.
De esta forma, soplando pintura sobre su mano apoyada
en la pared rocosa lograban el negativo de la misma.
Utilizaban la misma técnica para realizar negativos
con las patas de distintos animales silvestres
como el choique y el guanaco.
Otra de las técnicas empleadas eran esferas, posiblemente
de piedra cubiertas cuero y embebidos en pintura a
manera de “sellos” que lanzaban contra los techos
o partes altas de los aleros para estampar puntos.
Gracias a las investigaciones de los arqueólogos sabemos
que Cueva de las Manos fue ocupada por cazadores
recolectores hace 9.300 años atrás.
Según Gradin, en los primeros momentos los cazadores
del Cañadón del Río Pinturas realizaron escenas de caza
caracterizadas por guanacos y figuras humanas muy dinámicas.
Habitaron la zona en las estaciones menos hostiles del año.
Seguramente vivían en grupos familiares
estimados en 25 a 30 personas en las zonas más reparadas,
con disponibilidad de agua y leña.
El recurso de subsistencia fundamental fue el guanaco,
del cual hacían un uso integral aprovechando la carne,
el cuero y la piel, tendones y huesos.
Por eso este animal y las escenas en donde se lo cerca o caza,
está muy bien representado en Cueva de Las Manos.
Probablemente acompañaban los movimientos estacionales
de sus manadas ante el arribo de las nevadas invernales.
Complementaban su dieta con recursos como plantas
comestibles, percas, chinchillones, choiques, gallaretas,
zorros, tuco-tucos y caracoles acuáticos.
La oferta de recursos naturales de la región varía con las
estaciones del año y la necesidad de lograr una dieta
con los nutrientes y calorías necesarias los obligaba a
desplazarse en largas y duras caminatas por la estepa.
Esto implicaba la práctica de levantar los campamentos
con mujeres, niños y ancianos en travesías difíciles
detrás del sustento diario.
Posiblemente, se alejaban del campamento central
y realizaban ceremonias de paso con otras familias, donde
una de las expresiones consistía en dejar las palmas de las
manos como una señal, siendo esta la expresión artística
más importante de estos primeros momentos de ocupación del sitio.
“A medida que avanzábamos por el cañadón mi corazón
retumbaba cada vez más fuerte. Me di cuenta que estaba
entrando en el mundo prehistórico del río Pinturas (…)
No soplaba viento y al borde del río crecían algunos sauces”
Carlos J. Gradin.
Recuerdos del Río Pinturas, 1999.
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